viernes, 11 de julio de 2008

Religión y poder


EL FACTOR RELIGIOSO Y EL PODER POLITICO

Guillermo Gómez Santibáñez


Los fenómenos religiosos son parte del universo simbólico de la religión y cada vez adquieren relevante interés en los estudios de las ciencias sociales, principalmente porque ocupan un espacio de suma importancia en el complejo societal. La religión y su simbólica religiosa, es constitutiva de la experiencia humana concreta, que se radicaliza en la experiencia de lo trascendente y se comunica mediante el lenguaje religioso, (simbólico) cuya matriz es la experiencia de lo sagrado. La religión en abstracto no existe, lo que sí existen son hombres y mujeres que tienen vivencia religiosa (lo sagrado, o lo numinoso), constatable como experiencia humana y condicionada por su forma de ser, por su contexto histórico y su cultura

La religión es uno de los conceptos de gran complejidad que dificulta una definición. Existe la tendencia inmediata a relacionar religión con dioses, poderes trascendentes, rituales, doctrinas e instituciones sagradas. La gran variedad de religiones esparcidas por todo el mundo, en sus diversas manifestaciones, dan cuenta que éstas se ubican en la historia y procesos culturales con sus propias especificidades y por tanto surgen y se transforman en contextos concretos de tiempo y espacio. Esto indica que la presencia de la religión en una cultura y sociedad determinada pone en evidencia que a través del tiempo el ser humano posee la facultad de “religar” tanto su experiencia personal como colectiva con un nivel trascendente conocido como lo sagrado.

Una apreciación errada y reduccionista de la religión, en su expresión institucionalizada, hace afirmar que ella está en crisis o que la marcha galopante y desenfrenada del mundo moderno la ha ido disolviendo en su secularización. Sin embargo, lo que ha sucedido; ha juicio de los estudiosos y como consecuencia del desarrollo de la utopía de la modernidad y su razón instrumental, es una desaparición de la religión como fenómeno sociológico, vale decir, una irrelevancia social con su carencia de espacio funcional en el complejo entramado social. Las instituciones humanas son hechos sociológicos cambiables, pero la religión, en cuanto sed por el misterio, busca llegar a una experiencia de encuentro directo, personal o comunitario que constituye la entraña de la actitud religiosa. El ser humano, por su naturaleza de ser religado, está hecho para darle sentido y significado a las cosas y su racionalidad distintiva le exige imperiosamente dar cuenta de la realidad de su entorno, más allá de un simple estímulo o capacidad psicobiológica. El programa genético del hombre no se conforma con respuestas adaptativas de supervivencia al medio. Como dice el pensador español Zubiri, el animal humano es un animal “desajustado”, ya no vive en un mundo cerrado, estructurado por su propia organización instintual y determinado por su capital biológico, sino que posee conciencia reflexiva, es decir, la capacidad de distanciarse y tomar perspectiva de la realidad, razón por la que se convierte en un ser con apertura al mundo. Su indeterminación psicobiológica y no especialización, en relación a la respuesta adaptativa y de supervivencia del animal irracional, se compensa de manera extraordinaria con su inventiva, imaginación e inteligencia. Así, el ser humano en su conciencia y libertad, tendrá un horizonte lleno de posibilidades y deberá elegir y crear sus propias especializaciones y determinaciones; estas huellas están objetivadas en el orden simbólico-cultural.

Los fenómenos religiosos como tales, hablan de la realidad social por lo tanto se expresan esencialmente de manera comunitaria repercutiendo en la sociedad. En relación a las creencias, como actitud subyacente de lo sagrado, estas cristalizan en grupos o comunidades, tales como iglesias, cofradías, o sectas con su respectivo retorno social. Dentro del orden social, la religión es un factor de poder legitimador que aprueba o desaprueba críticamente la realidad y le da sentido, razón y belleza al cosmos oponiéndose al caos, al desorden, a la nada. La religión como universo simbólico, tiene una función ordenadora, nómica, y como tal se expresa culturalmente en la sociedad.

Muchos, desencantados por el papel político y social que ha jugado históricamente la religión institucionalizada en el occidente cristiano, no han sabido trascender su mirada crítica y poner en perspectiva el universo simbólico de lo sagrado, rescatando de él su realidad fundante, expresada en poderes sobrenaturales que ponen en orden el caos primordial, haciendo surgir un mundo de sentido y realidad significativa. Los universos simbólicos han intentado, desde siempre, enfrentarse a la experiencia del mal con el fin de iluminar una interpretación que haga posible asumirla y es en esta tarea que la religión ha hecho su principal contribución. Diversas teodiceas han intentado explicar el problema del mal, manteniendo el individuo dentro de un mundo con sentido.

P. Berger afirmará que la religión intenta mantener la realidad socialmente construida legitimando las situaciones marginales en términos de una abarcante realidad sacra, posibilitando que el individuo siga existiendo en el mundo de su sociedad y afirmando que esa realidad vivida es humanamente significativa.

En este contexto ¿puede convivir la religión, portadora de valores sublimes y el demoníaco leviatán representante del poder? Para muchos son realidades opuestas, sin embargo, siempre han convivido sin pasar desapercibidos. La religión fue la primera modalidad que tomaron los universos simbólicos y que se expresaron en los mitos; relatos que constituyen forma de conocimiento, que no representan, sino que crean, construyen mundos. Los mitos conectan la realidad profana, no fundada en si misma, a la realidad sagrada o mítica fundante a través del rito, que sirve apara evocar ritualmente los acontecimientos sobrenaturales, reactualizando de este modo al mito para hacerlo presente y así el hombre pueda ingresar al tiempo sagrado compartiendo las presencia de los dioses y héroes. Los mitos no conmemoran, sino que reviven en un tiempo circular la reiteración de los hechos y lo heredan a las generaciones siguientes, brindando cohesión y reproducción social. En la medida en que las sociedades se fueron haciendo más complejas, un grupo se impuso sobre las mayorías con el fin de conservar sus privilegios e institucionalizó la relación de poder. El clamor de los dominados y la apelación por su condición no basta para sustentar el poder del dominador, sino que se requiere de la legitimidad. Sobre el particular, BOBBIO dice que “sólo la justificación hace del poder de mandar un derecho y de la obediencia, un deber. La legitimidad busca siempre fundamentarse en una creencia o en un sentimiento generalmente aceptado en su época”. Por mucho tiempo la religión fue la principal fuente de legitimación del poder y su eficacia se debe a la capacidad de invisibilizar el carácter de construcción humana de las instituciones, trasladándola en el imaginario social y mágico-religioso al ámbito de irrupción de lo sagrado en el mundo para otorgar fundamento divino a todo lo que existe y establecer el principio que todo está constituido esencialmente por lo sagrado y forma parte de la naturaleza de las cosas.

guidase@yahoo.com